Voces
en el parque, lo que podría ser un sencillo y apacible cuento que describe al
lector una tarde en un parque cualquiera, con niños y mascotas correteando, se
convierte, en manos de Antonhy Browne, en un complejo entramado donde convergen
cuatro voces, cuatro puntos de vista distintos de un mismo hecho. A través de la visión de los cuatro
protagonistas -Carlos y su madre y Mancha y su padre-, el pequeño lector que se
acerque al libro podrá observar y aprender que, en la literatura como en la
vida, todo depende del color con el que
se mire.
La
primera voz se centra en la madre de Carlos, una señora de clase alta a la que
su visita al parque no le agrada en absoluto, teme que su hijo se mezcle con lo
que ella considera “malas compañías”; en este caso concreto se trata de Mancha,
hija de un hombre pobre y humilde que busca desesperadamente un trabajo con el
que mantener a su familia.
A
pesar de que, como muy bien el autor nos plasma en las ilustraciones, la
primera protagonista vive en una casa majestuosa y en un barrio lleno de luz y
tranquilidad, lo opuesto al padre de Mancha, en el parque se invertirán los
roles, pues ella es incapaz de disfrutar de su paseo, temerosa e irritada como
está por todo lo que le rodea, y será el hombre el único que gozará de esa
tarde soleada en el parque.
Los
sentimientos de estos dos protagonistas influirán, irremediablemente, en las
dos voces siguientes, las de sus hijos: Carlos y Mancha. Para Carlos, un chico superprotegido por su
familia, esa tarde acabará con un sabor amargo, debido a que su madre le ordena
enseguida volver a casa para que deje de intimar con Mancha, o la que ella llamará
” esa niña andrajosa”
Mientras
vemos a Carlos de vuelta a su gran casa, cabizbajo y solitario, será Mancha la
última en contar sus impresiones sobre ese paseo. Una niña alegre y divertida,
pese a la difícil situación que atraviesa su familia, relatará lo bien que se
lo ha pasado esa tarde, como ha jugado con Carlos y éste le ha regalado una
flor.